martes, 29 de septiembre de 2015

# El oso y la mariposa.

Calada hasta los huesos,
sin coraza,
me lanzo kamikaze a la misma derrota de siempre;
eres mi imposible volver,
mi repugnante intento fallido.

Eres un oso alzándose contra una mariposa,
y yo la mariposa que sólo besa tus heridas.

Te pedí que no volvieras y aquí, 
después de cinco años,
seguimos dando vueltas a lo mismo,
corriendo hasta el borde y frenando justo antes de caer
AL PRECIPICIO.

Gracias por desobedecerme, 
como siempre,
y volver.

Sea amor o cosificación  
al fin y al cabo siempre me alivia 
sentir que también me echas de menos,
aunque vea que tienes una vida maravillosa

en la que no me necesitas.


sábado, 26 de septiembre de 2015

# Dedicado a mi.

Creo que me conozco mejor
desde que soy otra,
¿es que a caso hay diferencia
entre el viento  y un suspiro de tu boca?

Hiperión desempeñó un papel
virtualmente nulo en el culto griego,
y a mi lo único que me perteneció en vida,
fue mi sombra.

Sé que mis huecos
son vacíos inhabitables,
y que el silencio
sólo es una pausa antes del rugido.

El mar es mi única herida,
porque una vez fui fuego.

Supongo,
supuro,
suturo,

supero.


miércoles, 23 de septiembre de 2015

# La triste historia de los extremos.

Pero siempre era así,
por la noche mientras llovía
o por las mañanas cuando la gente
parece ser feliz de otra manera,
nosotros siempre igual,
tú tirando de un extremo de la cuerda
y yo del otro,
y cada uno tirando con toda su fuerza.

Creo que después se rompió y no ganó nadie,
nunca ganaba nadie,
siempre dos almas partidas,
parecidas y esparcidas.
Equidistantes.

Nos poseíamos
pero nadie era dueño de nadie,
sólo éramos dos animales
que se mordían y rasguñaban,
y después lloraban mientras el otro sangraba...


jueves, 17 de septiembre de 2015

# Stand-by.

Te echo de menos. 
Te echo tanto de menos, 
que no tolero la compañía de nadie más.



Toda la soledad que necesito, toda la reflexión que necesito, se basan en silencio.
Descansar de todo, dejar un espacio libre para una alfombra mullida donde reposar la cabeza; y si me fuera posible, el corazón y el alma, para intentar burlar el desafío de los números imposibles.

Después, cuando el número tres se vengue de mi, con su indivisible crueldad de número impar, perderé de nuevo el rastro de mis propios pasos, y dejaré de creer en mi propia historia. Tras esto, cuando me quede sola, confundiré aquella rara armonía, con un vulgar desorden, y aquel orden perfecto, con la más turbia variedad del caos.

Por lo tanto, cuando no me quede más remedio que convertirme en una mujer como todas las demás, me daré cuenta de lo vergonzoso que es vivir así, sin hacerme preguntas, sin necesitar respuestas.

Sé que cuando esto pase me daré cuenta de que todo lo que pensé sobre que el mundo era demasiado grande y ni si quiera con nuestras cuatro manos eramos capaces de atraparlo no era verdad. Porque yo tengo dos manos tan sólo, y sé que el mundo se volverá tan pequeño, tan insignificante, que se resbalará entre mis manos como una migaja de pan, sin que yo alcance a comprender la razón del cambio de su tamaño, todo esto el día que vuelva a quererme.

Por todo esto que aún no sé, me traicioné; me traicioné contigo, y quise confundir el riesgo con la arrogancia, la ambición con la locura, el placer con el deseo, el amor con la esperanza, y la suerte con la desgracia.

Todo esto es lo que pasará después de gastar todas mis hojas, porque me habrás perdido, y yo no podré soportar no saber dar marcha atrás.

Miraré el mundo con otros ojos, con los ojos de cualquier otro, y me inventaré una vergüenza, un escándalo, una degradación que jamás existió para convencerme de tu olvido. Porque me has perdido, y el mundo no es más grande que una miga de pan entre mis dedos...


miércoles, 16 de septiembre de 2015

# Los inmortales.

Eran dos suicidas inmortales, dos almas en pena de esas que el viento lleva de aquí para allá sin dejarlas bajar.

Se conocieron rondando el ochenta y dos en una reunión para gente con 'problemas'; él un chico malo enfadado con el mundo, ella, otra niña enfadada con él mundo y con problemaa alimenticios.
Tal vez fueron los huesos hambrientos de ella los que le llamaron a él, o quizás la falta fe amor de él la que la llamó a ella.

Él se tenia que duchar con agua de lluvia, decía que la otra no valía, que le producía alergia y que estaba poco húmeda.
Ella nunca le llegó a creer, pero quién querría discutir con esa clase de chico capaz de llenar mares a base de gritos al cielo. 

A veces le llenaba la bañera a cubos de lluvia y cuando estaba triste, también se metía en la bañera.

Le contó que la humedad le ablandaba el corazón, que a ella le gustaba el frío y la lluvia, con sus sonidos y silencios que se cuelan bien adentro, que resbalan, y te hacen temblar, que estaba acostumbrada a tener siempre una capa de escarcha sobre sus huesos, una costra helada que siempre estaba ahí. También le gustaba la nieve, a veces, se empachaba con ella y prometía no volver a comer más, pero ambos sabían que eso no era cierto.

No tenían destinado encontrarse, 
él siempre inmerso en océanos mentales, en aguas estancadas,
ella siempre enmarañada entres asteroides, agujeros negros y otros cuerpos celestes 
del techo de su habitación

Pero sucedió.

Y siguen de reunión en reunión 
cazando lluvia y comiendo nieve,
como si porque estuvieran muertos 
no pudieran seguir viviendo.




martes, 15 de septiembre de 2015

# La mujer bestial.

Una mujer que luce las piernas como dos líneas interminables es digna de reventar las vías de cualquier estación de metro, de hacer esperar a los maquinistas con un parpadeo y un giro de melena.
Ella cruza las calles de Madrid encerrada en las páginas de un libro, cruza las calles de madrugada sin mirar a los lados, sin respetar a los semáforos. Todos se sonrojan cuando ella llega sólo por poder mirarla un rato más.Egoistas de sus ojos, tiritan y tiemblan y tartamudean si la ven acercarse y la retienen parada frente a sus cuerpos fríos, finos, alargados, muertos.

La falda más corta que las ideas durante la noche más oscura. Un polvo desmedido donde los dos inhumanos se arrancan la piel, se descoyuntan los besos y se sacian al vaciarse. Un silencio atónito y retórico en dos sillas al borde del cielo.

Grita, gime, muerde, vive y siempre se queda con hambre.
Ríe, llora, muere y cura, y se sigue quedando con hambre.
Folla, ama, rompe, y vuela, y el mundo sigue sin caberle en las manos.

Luce con timidez la fragilidad de la desnudez y la rabia de un depredador.
Un aminal.
Una mujer bestia.
Ella es.

Es ella.

viernes, 11 de septiembre de 2015

# Balada de una bayoneta entre las costillas.

Hay mujeres que nacemos para no ser de nadie,
para mantener la cabeza alta por mucho que nos pesen las ideas,
somos las combatientes de una guerra que nos amordaza,
nos mordemos los labios al ritmo de los espasmos.

Tenemos siete vidas perras y una prolongación del cadáver en el vientre,
volamos alto para estrellarnos,
somos la radio avisando del impacto,
la azafata calmando a los pasajeros.

Siempre hablo de aviones, será por mi pánico a volar alto.
Yo nunca he perdido un tren, yo he perdido aviones,
trasatlánticos, yo me he estrellado y me he hundido.
Y tú también.

Hay mujeres que nacemos para comernos nuestra propia piel,
llegamos, destruimos, y nos vamos,
porque no sabemos quedarnos,
porque brillamos mejor desde lejos y nos asfixia lo estático.

Si tengo que elegir entre querer al resto o respetarme,
¿tú qué prefieres?
Aquí dentro huele a fosa común, a lodo,
a mierda pura, a pura infección.
Mi basura.

Un odio antropófago capaz de devorarme
y que se acuesta conmigo cada noche
y me despierta al contacto con la calma.
Nunca reposo,
soy una pastilla efervescente.

Soy una indecisión desastrosa,
un desastre monumental,
no sé hacer otra cosa.

"Quiero morirme,
mátame ya"

La balada de una bayoneta entre las costillas,
el fuego de los sesos a punto del colapso,
y aquí seguimos los inhumanos,
bailando al ritmo de las voces
con tendencia a los barrancos.

Decidle a mis ejércitos que me he vencido,
que esta coyuntural tregua ha terminado,
renuncio a los idilios con las pastillas para dormir
pero no soñar,
a la conglomeración de drogas diagnosticadas,
a la intimidad de esta tormenta,
me desahucio.

Rompo los contratos con todos los impulsos nerviosos,
esta flor que se pudre quiere pudrirse,
organiza la rabia contra la tundra de insectos,
la chica mecánica gira sobre si misma
hasta el a debacle.

La real catástrofe de la admiración pragmática,
sucumbir a la debilidad del dolor,
hablar del resto como si pusieran las estrellas en el cielo
mientras te dejas morir en el suelo, ser pasto de los hongos
y las suelas.
Escupirte.

Un poema que respira, 
un beso con la boca abierta sin miedo a aspirar el veneno,
la alevosía de matar a alguien con el violento silencio,
con la atroz ferocidad de la indiferencia,
mordiéndote los labios y la carne,
mortal pantomima de deseos.

Una mujer bala que se dispara y no regresa,
una niña muerta dentro de una mujer en coma,
la edición limitada del caos embotellado,
la rabia.

Mis siete pecados capitales se llaman Sara.


viernes, 4 de septiembre de 2015

# La chica que huía hacia atrás.

Hacía temblar a los relojes, gritar a los pájaros,
llevaba bajo la lengua veinte tipos de droga,
uno por cada año que consideraba perdido.

Tenía veinte años
y un par de girasoles en la cara,
y tanteaba los bares hasta que amanecía;
reía y bebía como una enferma
y era hipnótico verla hacerlo,
desbordaba los parámetros.

Tatuaba su nombre en cada baldosa que pisaba
sin tener ni puta idea de que todos la miraban,
y que, todo el que la mirara,
sin presentarse y sin hablar,
iba a ser ya otro esclavo del tartamudeo erotizado,
que suponía verla por primera vez.



Se quejaba siempre del mismo pecado que cometía,
quizás eso acrecentaba el que no creyera lo que todos susurraban,
ella se sentía una ninfa
y un insecto,
tenía en los ojos la magia del último beso.

Ella jugaba a los truenos y siempre ganaba,
se pasaba la vida corriendo,
era un universo paralelo
lleno de alephs, y le encantaba el baile de los huesos,
las trayectorias de un pelo suelto al ritmo
de los Artics.

Su piel quemaba,
siempre helada,
sus dientes desperfectos la hacían,
si cabe,
más apetecible,
como ese último pastel de la vitrina,
como la puerta con el cartel de “sólo personal autorizado”…

Pero  ella no lo sabía, ella estaba anclada en la huida,
corría y buceaba con tal de que nadie la atrapara,
“los corazones salvajes no pueden romperse”, decía,
totalmente consciente de cuantas suturas llevaba el suyo a la espalda.


Había amado a príncipes y a vagabundos,
payasos, héroes, artistas, barrenderos, pintores,
mentirosos, ladrones, pirómanos,
caníbales, y hasta a cobardes.

Y ella bailaba con ellos y se dejaba mecer,
y pensaban los muy imbéciles que eran ellos quienes marcaban el ritmo,
que la hacían feliz porque le estaban enseñando a bailar…

Menuda gilipollez.                            
                                                                                                                                                                                         
Ella, que iba siempre un susurro por delante,
una mirada atravesada y transversal,
que llevaba un almario bajo los dedos y sabía desbesar,
¿cómo podían pretender tal cosa 
si eran los pájaros quienes la imitaban al volar?


Un arañazo en el momento exacto
y ya tenía a sus pies a cualquier imbécil de esos
que pensaban que la conocían,
que la contenían,
que pensaban que un cuerpo sin ropa
era un alma desnuda.

Tenía cloacas y fosas llenas de lodo
entre los pensamientos,
una incontenible tendencia a la crítica extrema,
se humillaba mejor que nadie…

Era atea,
eran los dioses los que creían en ella,
y ella, ignorando las señales,
era digna de ser amada con la brutalidad
con la que ningún monstruo ha amado,
tocarla suponía tocar fondo.

Una nínfula,
una trémula mujer de ideas ácidas,
la exaltación exacerbada del pecado
y del indulto,
ella la carne,
el mar de sangre bajo las manos,
el espejo…

Era la espina más bonita de toda la rosa,
y como una gata burlona contonea el culo
ella movía el suyo y las caderas
y parecía que iba a arder el mundo bajo sus zapatos…


De su boca sus suspiros eran torrentes de lava,
la duda infinita que te besa la nuca,
Schrödinger estaría orgulloso de ella,
porque una palabra suya, basta.



Con el cuerpo lleno de instantes,
una catástrofe,
y un cementerio nuclear,
y ella seguía gritando que estaba en contra del tiempo,
de la muerte,
que estaba a favor de la vida y del verano,
que no creía en la intensidad,
en la amplitud,
en el alcance,
ni en la falsa falacia de las escalas.

Cómo no hablar de su corazón, de sus pozos,
si ella era pólvora, bala de luz, la vida,
tan fría como cenizas apagadas,
y esgrimía su pintalabios
y poseía un amor antropófago capaz de dejarte en los huesos,
era la inmortal cicuta del deseo,
el regalo de navidad que siempre esperas y que aparentemente nunca llega,
y es cierto que si no esperamos a nadie somos más libres y todas esas mierdas,
pero estoy segura de que estaríamos definitiva y rotundamente muertos.

Es esa clase de mujer a la que se ama
como gime lo microscópico,
casi sin darte cuenta hasta levantar la vista del puñetero vaso de ron,
o de la botella de cerveza.

Era la mujer que huía hacía atrás,
más real cuanto más imaginada.

Mirarla suponía transformar tu cara en el rostro de un cefalópodo,
caerte de culo por las escaleras y que el dolor te amortigüe para escribir un poema, 
como diría Diego.

Y en realidad creo que no hace falta que os cuente más,
seguro que estáis mirando alguien de reojo
o recordando su nombre,
así que no sé qué coño estáis haciendo escuchándome a mi
en lugar de estar lanzándoos,
campeones.